Hablamos, hablamos, como si sólo existiera un solo tipo de lenguaje. Imbuidos de un frenesí SOLIPSISTA, olvidamos nuestras propias cualidades. Simplificamos algo de por sí muy complejo.
El instinto de los ANIMALES o la orientación de las aves, requieren de la comunicación oportuna en sus diferentes actividades; con las señales adaptadas a su estilo, sean sonidos u otro tipo de transmisiones.
Muchos descubrimientos recientes sacan a colación las numerosas maneras de transmitirse señales entre las plantas y árboles de un BOSQUE. Compiten las aéreas con las subterráneas a través de las raíces.
Nos comportamos con DESPREOCUPACIÓN respecto a las diferentes formas de intercambiar comunicaciones las personas. Perdemos intuiciones, caricias o tonalidades, entre otras variedades.
Del lenguaje en singular pasamos a conocerlo como un ente multiforme, hasta alcanzar rasgos desconocidos. El mejor conocimiento de los recursos relacionales exigiría contar con toda la riqueza de intercambios. Al menos, cabe pensar en las cualidades inherentes a esa variedad de FORMATOS.