Al ACCIDENTE, llamémoslo así, de haber aterrizado en este mundo; nos vemos obligados a darle una respuesta adecuada. De como lo percibamos y actuemos, dependerá el sentido vital de cada uno.
Ya lo decía PLATÓN, los espíritus vulgares carecen de destino, son arrastrados por el viento, sin más. Uno no puede limitarse a gritar, como el famoso grito de Münch o Guayasamín.
Se habla demasiado del silencio de los inocentes, todos pretenden ser inocentes. Y eso se torna en CLAMOR IMPERATIVO, ¡la dignidad de la vida exige implicarse! Alegar ignorancia o inocencia es una vergonzante respuesta que no libera.
¿Qué reacción? ¿Qué huida? Paradójica necesidad nunca resuelta, a la espera de esa decisión individual que jamás debiera suplantarse; el rumbo y los arrestos han de injertarse en los ADENTROS.
Al primer accidente nunca llegamos, ya sucedió cuando estamos aquí. Si acaso, nos habla la intuición. En la caverna sólo alcanzamos incertidumbres y sensaciones, dialogamos con ese orden alterado. Nos queda buscar el buen lenitivo, cada uno verá si superlativo, pues para encontrar verdadera dicha, crepitará de amor un FUGITIVO.