En la ENSEÑANZA obligatoria debiera introducirse un nuevo día lectivo, dedicado a experimentar el valor de una marejada, su valor intrínseco. Ese suelo oscilante bajo los pies y siempre la incógnita del próximo movimiento.

 

Arrecian los vientos desde todos los ángulos, posibles e increíbles. La intranquilidad deviene en DESCONTROL y en agitación. Uno ya no llega a saber si el causante de todo es el viento, las olas o la lluvia, pero se torna preocupante, angustioso y a veces aterrador.

 

¿Algún parecido con nuestros ambientes? ¡VENTOLERAS, haylas! Con frecuencia asentamos nuestros reales en terrenos resbaladizos. ¿O no? Eso sí, quizá alcancemos la fruición de actuar sin pausa, frenéticamente en esa vorágine.

 

¿Para qué pensar? Las esencias se trasladan a los TORBELLINOS. ¿Naturaleza? ¿Técnica? ¿Convivencia? Suelen atosigar las decisiones tomadas por otros más grandes a costa de nuestra borrachera, traducida en una actividad inútil.

 

De ahí el interés de la clase práctica. Hoy tocaría estudiar las MAREJADAS. Para evitar las maquinaciones de los aprovechados, pero no como simple escapatoria. Necesitamos reivindicar la propia presencia con las aportaciones cualitativas irrenunciables como auténticas personas.