En un lugar remoto del Universo, conocido como España (Starship Earth), el gobierno quiere hacer una reforma según la cual ya no va a ser necesaria la memoria. ¿Para qué, si ya lo tiene todo indexado Google?
Ya no va a hacer falta que una panda de chiflados declare que Internet es el nuevo Dios. Poco a poco estamos depositando en «la nube» las respuestas a todas nuestras preguntas.
Haciendo precisamente memoria, recordaremos que antes de la escritura, la sabiduría bíblica de los profetas, la Iliada y la Odisea, los cuatro Vedas y hasta el Mahabarata entero, eran memorizados por los sabios, esto formaba parte no sólo del aprendizaje escolar, sino que constituía en sí mismo un camino de evolución espiritual. Y antes de la electrónica, nuestros escolares todavía tenían que calcular sin calculadora, y conocer las materias sin consultar la Wikipedia.
«Aprendan a calcular por si algún día necesitan hacerlo y no tienen calculadora» han repetido los profesores durante las décadas desde que se comenzaron a fabricar en Japón aquellas magníficas Casio que comprábamos en Ceuta y Melilla.
«¿Y cuándo nos pillará la vida sin una calculadora si todos llevamos el móvil a todas partes continuamente?». Este es el hecho que subyace al derecho, los decretos respecto a la educación que quiere impulsar el Gobierno. Y todavía algo más…
Los estudiantes perciben casi como una agresión cuando tienen que memorizar algo. ¿Por qué? Por el paradigma imperante de la memoria y el cerebro, que es el de la tan cacareada «neurociencia».
El saber no ocupa lugar, dice el proverbio.
El paradigma computacional del cerebro tiene a éste por una suerte de computadora biomecánica. Una especie de mecanismo binario donde las sinapsis neuronales hagan de relés on/off, 1/0. Ya en su día Hameroff y Penrose, hicieron la proyección matemática, según la cual, para que el cerebro funcionara así, necesitaríamos tener una cabeza del tamaño de un camión de dieciséis ruedas. Nuestra memoria conserva olores, sabores, texturas, imágenes, sonidos, emociones, ideas y sentimientos. Y, lo que es más, es capaz de asociar todos éstos. Y es capaz de crear formas, sonidos, ideas nueva. Si hacemos la comparativa con el Watson de IBM, que tiene el tamaño de un armario ropero y que sólo es capaz de jugar con ventaja al Jeopardy, consumiendo gran cantidad de vatios, en relación a nuestro pequeño cerebrito de algo más de un litro y que consume lo que una bombilla eléctrica, veremos que la asimilación del ordenador con el cerebro no tiene la menor verosimilitud.
Hameroff y Penrose avanzaron la muy criticada teoría de la reducción objetiva orquestada. Nuestro cerebro conectaría con un “campo cuántico” donde se conservaría lo memorizado, con lo cual, literalmente es cierto que el saber no ocupa lugar.
Con esta convicción el estudiante puede memorizar más. El anciano puede ejercitar ese músculo del pensamiento que es el cerebro, y conservar más fresca y sana su mente.
Hasta la memoria es cuestión de ideología.
El memorizar no es contradictorio con el raciocinio, sino que es su alimento.
Joaquín G Weil
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