Vaticinios sobre el final de la pandemia.
Ahí va el mío a fecha de 16 de agosto del 2020:
-Esta pandemia no acabará con una vacuna ni con medicamentos de efectos espectaculares. Esta pandemia acabará «olvidada».
De nuevo, habrá un día en que un amorío de celebridades, un resultado deportivo ocupe las portadas.

Provengo de una familia de periodistas de varias generaciones atrás. Y lo he visto desde niño: una noticia engulle a la anterior y, a su vez, será engullida por la siguiente.

Todo es pasto del olvido. La novedad o noticia (pues son sinónimos), la frescura del momento presente, el vértigo de la actualidad, exige el olvido del pasado. Las más novedosas tecnologías van a parar al trastero, y de ahí al reciclaje o, en el mejor de los casos, al museo. La prensa escrita, es verdad, a veces se convierte en libro de historia (o un artículo de la wikipedia), pero en las más de las ocasiones va a parar directo al contenedor azul de los papeles (o al lugar aquel misterioso en donde acaban todos los párrafos, palabras y caracteres que los ordenadores borran).

Por supuesto que nos gustaría algo más dramático: una vacuna o un medicamento salvífico que erradicara el virus de una tacada y diera méritos a sus inventores para un premio Nobel. Pero no. Rara vez las cosas en la historia ocurren así. No son las grandes batallas sino las pequeñas escaramuzas las que deciden una guerra. Y este asunto del virus ha tenido o está teniendo todavía un relato de tinte bélico en los medios.

Por su parte dentro de la mentalidad dualista (de menú A ó menú B + bebida y postre), el otro relato, el conspiratorio, también gusta del drama o la tragedia.

 

¿Conspiraciones o torpeza?

Nuestro cerebro está adiestrado en encontrar o “leer” patrones. No soportamos que un estúpido mecanismo que no llega a ser siquiera un ser vivo (pues no se alimenta, tan sólo se reproduce de modo parasitario), un simple virus, tumbe la economía del mundo y cambie nuestras vidas. Esto nos pone nerviosos por su carácter absurdo. Preferimos con mucho que haya un malo tipo el emperador de la Guerra de las Galaxias, el abuelo Palpatine, que quiere “dominar el mundo”, “enriquecerse” y todas esas villanías. De modo que, con nombres y apellidos, se citan a magnates y monarcas como encarnaciones del “lado oscuro”. Paradójicamente esto nos tranquiliza. Y, de manera narcisista, nos permite ocupar el papel de “salvadores del mundo”, sencillamente reenviando un whatsapp o compartiendo un vídeo: Caballeros y caballeras jedi (pronúnciese “yedai”), empuñando un móvil chino en vez de una espada láser forjada en un lejano exoplaneta.

Aquí puede aplicarse, una vez más, el principio de Hanlon, también conocido como la navaja de Hanlon: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez».

Necesitamos olvidar para seguir viviendo, dejar atrás el pasado para concentrarnos en el presente y mirar hacia el futuro.

No, el virus no nos matará, más bien llegará el día en que acabemos hartos de este tema, que la carrera en los medios, a ver quien la dice más gorda y más tremenda, comience a parecer ridícula y a suscitar bostezos. Sí, está claro que aterrorizar a la población es fácil, y también es cierto que no cuesta mucho más cansarla con cuentos de miedo, consejas y espantajos irrisorios. La llegada del hartazgo debido a la reiteración y la insistencia es una cuestión de tiempo.

Y sí, es evidente que las predicciones del Imperial College sobre la famosa curva patinaron lamentablemente en Suecia y otros lugares. Por una sencilla razón: porque predecir los comportamientos de un extraño ser dotado de arbitrio es altamente complicado. Los seres humanos nos empeñamos una y otra vez en ser imprevisibles.

Fuentes del gráfico de portada:
www.libremercado.com
https://21stcenturywire.com

Joaquín G Weil

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