Como padres de un precioso niño de un año y medio, mi mujer y yo somos conscientes de la importancia que tiene que facilitemos que nuestro hijo descubra el mundo y experimente. Cada día es un reto nuevo, encuentra nuevas experiencias y sensaciones en las que dedica todo el tiempo del mundo a vivirlas.

Es por ello que desde primera hora decidimos que íbamos a desmarcarnos de la tendencia de sobreproteger a los bebés y niños pequeños con los típicos «niño eso no», «cuidado con…», demasiados «noes», encaminados muchas veces a proteger cosas materiales, para una criatura que tiene unas ganas y afán de investigar y descubrir inagotables.

Así, nos hemos ido percatando que, siempre con unos límites y tampoco permitiendo que el niño haga lo que se le venga en gana, disfrutar de algo tan «temido» por aquí en el sur de España como es la lluvia, se convierte en una experiencia inolvidable y es una oportunidad perfecta para que nuestro hijo descubra y viva el mundo con plena intensidad.

Por eso, cuando llueve, le ponemos las botas de agua y el impermeable y salimos de casa para pisar charcos y disfrutar del agua.

Nuestro hijo disfrutando de un charco en un día de lluvia con sus botas de agua y su impermeable.

Nuestro hijo disfrutando de un charco en un día de lluvia con sus botas de agua y su impermeable.

Con este tipo de acciones, como dejarle que pise los charcos, que ande descalzo o que experimente con la naturaleza, además de dejarle que descubra el mundo a su ritmo, aprendiendo los ciclos y los ritmos de la vida, estamos beneficiando su salud, su creatividad y su desarrollo.