Una enfermera malagueña salva a un pequeño en pleno vuelo

Quizás fue el destino, la suerte o la pura casualidad lo que colocó a Virginia Valle Funes en el lugar y momento adecuados.

Aunque debería haber estado disfrutando de los últimos días navideños en familia, esta chica malagueña se encontraba, por un error al contratar el billete,  en un avión con destino a la ciudad alemana de Düsseldor, donde se ha visto obligada a emigrar como profesional en busca de trabajo.

Un alterado megáfono interrumpió el sueño en el que se había sumido para olvidar la tristeza y nostalgia de las despedidas. La azafata pedía ayuda y reclamaba a alguien con conocimientos sanitarios. De manera instintiva, saltó de su asiento y acudió al tumulto que rodeaba a un pequeño de 10 años que convulsionaba en pleno pasillo. 

 «Soy enfermera»

Virginia Valle de 27 años

Sin embargo, las cosas no iban a pintar fácil para Virginia. Primero se encontró con un ineficiente botiquín que carecía del instrumental necesario para una situación tal: «Tuve que utilizar los métodos tradicionales de la medicina, que son los que te quedan cuando no hay ninguno otro recurso a mano».

Superado este obstáculo, cuando intentó encontrar alguna ayuda, además de la información necesaria como por ejemplo conocer algún tipo de alergias, se topó con la barrera del idioma. El pequeño viajaba con su padre que hablaba italiano y la novia de éste que dominaba el belga, francés y algo de inglés, por lo que se comunicó con ellos como buenamente pudo ya que Virginia domina cuatro idiomas.

Incluso tuvo que luchar con el pasaje, que le aconsejaban sin tener los conocimientos adecuados: unos le decían que lo tapase, otros que le diera de comer, incluso un señor asiático propuso la acupuntura como posible remedio.

Virginia confió en su vocación de enfermera y pasó a la acción con todo lo aprendido. Situó al padre sujetando la cabeza del pequeño, mientras que al mismo tiempo evitaba que con sus dedos se tragase la lengua. Mientras tanto, se dispuso a analizar los síntomas: cara enrojecida, fuertes sudores, convulsiones, además de una temperatura que superaba los 40 grados. Tras esto, sacó un paracetamol, que le administró por vía rectal para que le bajase la fiebre. Con sus dedos, controlaba las pulsaciones del pequeño, que estaba muy acelerado. Finalmente, el niño comenzó a llorar, para luego quedarse dormido. Virginia, que había logrado controlar la crisis, acompañó al pequeño durante el resto del viaje.

Al aterrizar, el pasaje comenzó a aplaudir mientras que la familia y los tripulantes del avión agradecían a Virginia su actuación. “Incluso el comandante salió a darme las gracias. Yo no estoy acostumbrada a eso, porque considero que es mi trabajo, además de mi obligación».

Tras el intenso vuelo y la descarga de adrenalina, Virginia se vino abajo:

«cogí el avión llorando por la nostalgia y aterricé llorando porque había salvado una vida. Para mí fue un regalo todo lo que pasó. Te das cuenta de que lo que has aprendido tiene un sentido, y eso a veces se te olvida, sobre todo cuando se te pasa por la cabeza dejar la profesión porque no hay empleo».

Su plan para Nochevieja acabó siendo muy diferente al planeado. Se encontraba sola, lejos de casa, pero realmente feliz y con la mayor satisfacción posible. Sin duda alguna, Virginia se alegra del error que cometió al contratar el vuelo: había salvado una vida.

 

 Vía DiarioSur